Entonces, dime, si ha sido un golpe tan duro, ¿por qué no estás peor? Igual ya te lo esperabas. Igual ni siquiera te interesaba. Igual solo era la proyección de ese algo que ansías y nunca llega. No es amor, no es relación. Es plenitud pura y dura. Absoluta. Y volvemos a lo de siempre. A la idea de que no puedes basar tu felicidad en otra persona, que eres tú misma la que debes buscarla en aquello que realmente te haga feliz. Pero entonces cuando, ni lo que realmente te gusta hace que esa idea de seguir en guardia y buscando como un sabueso, desaparezca... ¿entonces qué? ¿Significa eso que mis teorías se desmoronan? ¿Qué no es posible una autosuficiencia absoluta? Porque en ese caso, la escusa perfecta cae en saco roto y todo se torna mucho más oscuro. Lo malo de la oscuridad es que se te pega cual lapa y cuanto más intentas deshacerte de ella, más te envuelve. Las arenas movedizas de la desesperación, diría yo. Y la palabra desesperación es tan buena como mala. Implica que no hay esperanza, algo horrible. Pero su segunda implicación, sin embargo, es algo más positiva dentro de lo negativo. Si no posees esperanza alguna, no esperas nada en absoluto. El problema se presenta cuando cometemos el error de elegir nuestra palabra favorita dentro de ese extenso abanico de palabras que es el diccionario, y la afortunada siempre es la esperanza. Entonces es más difícil no creer en ella. Casi imposible. ¿Qué nos queda entonces? ¿Vivir de esperanzas continuas y sus consecuentes desesperanzas? La frase tiene sentido, pero, ¿y la vida? tiene sentido la vida de esta manera? La respuesta es un rotundo NO. Por eso hay que aprender a vivirla de otra.Aun sigo buscando la mía. Pronto llegará, pero hasta entonces... espero que la esperanza no me haga esperar mucho de la vida.
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