martes, 4 de junio de 2013
Lolita (1962)
Recién salida ayer del visionado de la pelicula de Stanley Kubrick, Lolita (1962), basada en el libro de Vladimir Nabokov, me dispongo a hacer un pequeño comentario acerca de ella y su sucesora, la Lolita (1997) de Adrian Lyne.
Para empezar, mi opinión es que las dos dicen algo muy distinto. Refiriéndonos a la forma en que está narrada, parece que presentan similitudes: ambas comienzan con Humbert Humbert en una situación que culmina con un flashback para contarnos toda la historia. En una de ellas su intención es matar a Clare Quilty, y en la otra, con este ya muerto. Kubrick se complica la vida para mostrarnos ese incómodo momento final entre Humbert y Quilty en una mansión arrasada por una de esas bacanales tan comunes en la vida del dramaturgo. Un encuentro final entre un hombre y su némesis que cierra la historia. En la versión de Lyne recurre a algo tan simple como un paseo en coche, dando tumbos y el recuerdo de la amada. Una amada que no podría haber existido sin una precursora: Anabel. Creo que la tensión en Kubrick se palpa más e incluso el ambiente de la mansión resumiría con facilidad en lo que se ha convertido la figura de Humbert y lo que hay dentro de su cabeza, pues echó a perder su vida y la convirtió en una espiral de tinta donde abundan vicios, pecados y locuras. La misma relación que existe entre Alex y el ambiente en el que se encuentra en La naranja mecánica creo yo, pero bueno, esto no toca ahora. Lyne recurre a algo fácil y Kubrick lo hace mejor. Lo positivo de Lyne es que nos habla de esta primera «enfant charmante et fourbe» que marca el resto de relaciones de nuestro protagonista. Podía haberse ahorrado a la prostituta francesa, podía haberse ahorrado a todas las niñas a las que miraba con descaro, pero a Anabel no. Que su primer amor muera de tisis durante su juventud podría ser una de las claves para comprender el porqué de sus gustos y ver como es capaz de pasarse toda la vida buscándola dentro de otras que se encuentren en esa misma franja de edad.
James Mason encarna a un Humbert al que sí, todo puede parecerle vulgar en un sitio así, pero que a lo largo de la pelicula se va vulgarizando del mismo modo llevado por los celos y la locura, y sobre todo llevado por una dulce dama que como joven preadolescente, no tiene madurez, pero le sobran caprichos. La evolución del protagonista es muy clara. En Kubrick se malogra, y sin embargo en Lyne desespera. Al menos esa ha sido siempre mi forma de verlo. En uno se vuelve un monstruo celoso, posesivo y obsesivo, mientras que en el otro la obsesión no es tan grande, pero es el pequeño demonio pelirrojo el que juega con él hasta el final, de una forma realmente descarada. Será que la cara de Jeremy Irons me inspira confianza, será que solo veo lascivia en la mirada de Dominique Swain, no lo sé. Lo único que sé es que dependiendo de la versión, mi punto de vista con respecto a ambos, cambia. Lolita no deja de ser una manipuladora, pero como cualquier niña de 12 años a la que si no le compras una porra, amenaza con dejar de quererte, y Humbert un hombre que lo deja todo por una ilusión de la que despierta a golpes y entonces es cuando desespera y enloquece. Entiendo que viera algo en ella y entiendo la atracción física, pero la frustración de estar con una persona así debería haberle desencantado del todo en lugar de introducirlo más aun. En la versión de Lyne, ojo. En Kubrick veo capricho, pero también más sangre fría por parte de ella.
Otra cosa también en la que distan ambas es en la figura de Quilty. Un Peter Sellers bastante protagonista (o mejor dicho, antagonista) y un Frank Langella siempre acompañado de oscuridad. Como ya he dicho, en uno el protagonismo es mayor, pero en el otro se esconde tanto que al final no te queda claro si era él el que los perseguía, el que llamaba...
La Dolores de Swain no explica las cosas tan claras, la mayoría las tienes que intuir tú, y si tu capacidad de deducción falla, puedes contar con la Haze de Winters para que te lo explique todo.
Evidentemente hay muchas más cosas que destacar, entre ellas los planos de Kubrick, siempre maravillosos, los diálogos, a veces iguales y a veces no (como sucede con las escenas)... pero lo que si echo en falta es ese: "Luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma (o como dirían en el libro: pecado mío, alma mía)".
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